Wednesday, October 7, 2009

The Violation Of Audrey Hollander

Se tiende a pensar que el poder y la fortuna son virtudes propias de los ricos, de los bellos, de los amos. Estos individuos, los poderosos, no han ganado nada. Ni siquiera los que han trabajado duro para conseguirlo. Todo lo que uno tiene es porque otro se lo ha otorgado. Se deben a los pobres, a los feos, a los sumisos. Ellos, los poderosos, lo saben, pero callan. Mientras los pobres, los feos y los sumisos admiran inconscientes las grandes obras que han creado a voluntad, y les envidian y les temen.

Con el amor pasa lo mismo. Los institutos están llenos de chicas preciosas con aparato dental y camisetas de rayas que son despreciadas e incluso maltratadas todos los días. A cambio, millones de arpías con el pelo grasiento y pantalones de chándal se acuestan cada noche mascando el sabor a chicle de cereza que desprende la vida de una diosa adolescente. Y esto sólo ocurre porque otros las han colocado en sus respectivos lugares.

A algunos ya no nos queda nada más que perder y por eso me gusta hablar de nosotros como perdedores. Pero en el fondo pienso que manejamos el mundo entero. No nos importa lo que digan, nuestra fama no puede empeorar. Esto es lo que hay, somos puta mierda. No aspiramos a mejorar. Nos da igual. Así que empleemos nuestro enorme, enorme poder, usémoslo para bien.

Las divas son nuestras. Sólo saben que lo son cuando pasean cimbreantes al son del goteo de nuestras babas. No las miréis. Que se pudran solas, que se vistan de ocre y recojan sus lustrosas melenas en lánguidas coletas bajas, que caminen encorvadas por la vergüenza, que lloren, que sus lágrimas sean tan espesas que puedan escribir con ellas relatos de desolación repletos de faltas de ortografía y abreviaturas cómicas.

El amor pertenece a los perdedores.

En cambio y sobre todo, dulcificad vuestros gestos ante las niñas perdidas. Las abusadas, las solitarias, las que no tienen donde caerse muertas, que se peinan con los dedos y se abofetean ante el espejo sólo por la curiosidad de ver cómo les sienta el rubor a la cara. Las que se ríen de los melodramas de la tele. Son tantas, y nadie las quiere. No creáis que por mostrarles vuestra generosa idolatría su actitud se tornará déspota, deseosas de pisar el lado opuesto. No. Lo mejor es que la sangre acudirá a sus mejillas caliente y roja por primera vez a causa de un motivo sano, y esa sangre y esas mejillas recordarán a quiénes se deben. Al dolor y al miedo.

Harán grandes cosas. Jugosas venganzas quedan por venir en el reino de los débiles.

Podemos hacerlo. El amor no pertenece a los amados, sino a los amantes. A nosotros nadie nos ama. El amor es sólo nuestro.

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